lunes, 23 de noviembre de 2015

~Un hombre contra todo un Imperio~




Esta es una historia poco conocida de la que bien podría hacerse una película magnífica. Se trata de una de las hazañas más notorias de un hombre que es todo un ejemplo de voluntad y superación. Sin embargo, es una de las tantas historias que han caído en el olvido. Será que los españoles somos tan mediocres que no somos capaces ni de escribir nuestra propia historia*.

Lo primero que hay que saber sobre esta historia de leyenda es que transcurre en una época en la que el contrabando en el Mar Caribe estaba a la orden del día, un mar surcado por corsarios ingleses y españoles. La tensión entre ambas potencias navales -España e Inglaterra- era constante. Los británicos intentaron alguna que otra vez poner los pies en costas españolas, aunque con poco éxito.

Fue precisamente con un corsario inglés, Rober Jenkins, con quien comienza esta historia. Navegaba por las costas de Florida acosando barcos y dedicándose al contrabando hasta que, en 1.738, fue apresado por el guardacostas español La Isabela, al mando del capitán León Fandiño. El castigo no fue otro que el de cortarle una oreja.

Soltaron a Jenkins y le dijeron «Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve». Este cogió su oreja, la metió en un tarro y regresó a Inglaterra con ella.

En 1.739, Robert Jenkins mostró el tarro en el Parlamento Británico contando lo sucedido; el rey Jorge II se ofendió tanto con aquellas palabras que aprovechó la ocasión para declarar la guerra, quería humillar al Imperio español arrebatándole los territorios americanos y su supremacía marítima. Para ello, la corona inglesa mandó construir la armada más grande jamás vista hasta entonces y ordenó uno de los mayores desembarcos de la historia militar. Jorge II envió casi doscientos barcos al mando del almirante Edward Vernon con la orden de «conquista toda América y acaba con el Imperio español». Así es como comienza la «guerra de la Oreja de Jenkins».

Vernon atacó con seis buques la plaza de Portobelo, en el istmo de Panamá. La plaza estaba defendida por tan solo setecientos hombres, por lo que el éxito de británico fue absoluto. A la par, las fuerzas del comodoro Anson, con sólo tres barcos, acosaban las colonias del Pacífico Sur. El éxito fue enormemente celebrado por los británicos, que lo celebraron por todo lo alto y rindieron homenajes a Vernon, a quien convirtieron en un héroe nacional.


Con ese triunfo inicial y envueltos por la euforia, deciden dar el golpe decisivo. En marzo de 1.741 Vernon fondeó 186 buques armados con 23.600 hombres y 2.000 cañones ante la costa de Cartagena de Indias, la ciudad más importante del Caribe, donde se concentraba el comercio y a donde llegaban y de donde salían todas las riquezas del nuevo mundo. Y allí, en Cartagena de Indias, Vernon desconoce lo que le espera, la ciudad estaba defendida nada más y nada menos que por uno de los soldados más geniales que haya dado la historia de España, estaba defendida por el aguerrido Blas de Lezo.


A Blas de Lezo una bala de cañón le hizo perder la pierna izquierda en la batalla de Vélez-Málaga, una esquirla le arrebató el ojo izquierdo en el sitio de Tolón, y una bala de mosquete le inutilizó el brazo derecho durante el segundo asedio de Barcelona. Estas heridas le otorgaron el apodo de mediohombre y de patapalo, pero no le supuso impedimento alguno para mantener a raya a los piratas en Argelia, ni para limpiar las costas del pacífico de piratas y corsarios. Tal era su fama que, cuando se le encargó ir a Génova a reclamar el pago de dos millones de pesos que se le debían al Reino de España, le efectuaron el pago de inmediato en cuanto se puso en frente a la ciudad con sus seis navíos y amenazó con dejarla plana a cañonazos si no se le hacía entrega del dinero; además, aprovechó la ocasión para exigir un homenaje a la bandera española. Después de haber navegado por medio mundo demostrando sobradamente su condición de estratega y de que el rey lo nombrase teniente general de la Armada. Blas de Lezo regresó a Amércia como comandante general de Cartagena de Indias.


Poco antes de la llegada de la Royal Navy, una epidemia de fiebre amarilla había azotado Cartagena de Indias, y más de la mitad de los soldados que defendían la ciudad habían perecido. Quedaban menos de tres mil hombres entre soldados y arqueros indígenas, y tan sólo disponían de una pequeña flota de seis navíos. Eso era todo lo que había para hacer frente a la Marina Real Británica. La proporción era claramente ridícula.


Con tan evidente ventaja, Vernon, que jamás había perdido una batalla, rodeó Cartagena de Indias abriendo fuego en un incesante bombardeo que duró dieciséis días. Los fuertes de San Fernando y San José de Bocachica cayeron por completo, la entrada de la bahía fue destruida y la ciudad quedó enteramente destrozada. Ante tal embestida, más de la mitad de los hombres de Lezo perecieron en el ataque.


El siguiente movimiento de Vernon es pasar con sus barcos por la bahía para desembarcar y tomar la ciudad. Lezo, completamente desesperado, consigue evitarlo con una solución insólita: hunde todos los barcos españoles, quedándose sin nada en el mar, para conseguir cortar la bahía y evitar el paso de los ingleses. Esto quizá fuera simplemente una insensatez, o quizá una de las mayores demostraciones de ingenio militar de la historia; pero una cosa es segura, ese fue tan sólo el comienzo de la batalla.


Para desembarcar tendrán que dar un rodeo y entrar por la parte trasera de la ciudad, cosa que no parece difícil ante el destrozo total de Cartagena de Indias. El trabajo está prácticamente hecho, así que Vernon envía un barco a Londres para que lleve la noticia de la victoria, donde comienzan a acuñar monedas de oro con su nombre como vencedor de la batalla.


El bloqueo del canal no sirvió para mucho, pero al menos los españoles ganaron algo de tiempo para atrincherarse en el Fuerte de San Felipe de Barajas.


Tal y como pretendía Blas de Lezo, Vernon da la vuelta y desembarca por otro lugar pensando que es sólo cuestión de tiempo que esos mil y poco hombres que quedan en el fuerte de San Felipe caigan ante sus armas. Pero una vez pisan tierra, los ingleses se encuentran con un nuevo problema: se contagian de malaria y de fiebre amarilla, mitigando duramente sus fuerzas. En pocos días se incrementa el número de bajas inglesas a causa de las enfermedades.


Cuando llegan a la puerta de San Felipe de Barajas, Vernon lanza un ataque desesperado hacia la fortaleza. Blas de Lezo, que está mucho más loco, manda a trescientos españoles armados solamente con espadas y machetes, sin armas de fuego, a defender la rampa que da entrada al fuerte. Esos 300, matan a más de mil ingleses a cuchilladas en un paso estrecho.


Vernon ya no sabe qué hacer, 1.500 hombres han perecido, sus soldados están muriendo por malaria y está completamente desmoralizado por el episodio que le ha provocado Blas de Lezo. Vernon discute con sus oficiales, teniendo en cuenta que en Londres se está festejando la victoria.


Deciden atacar en la noche del 19 al 20 de abril. Lo que pasa esa noche es terrible, los militares británicos están muy angustiados. Uno de los generales de tierra que está tomando medidas de la muralla está tan nervioso que se equivoca en dos metros.


En la madrugada, unos 15.000 hombres atacan la fortaleza de San Felipe de Baraja. A penas quedan solamente unos cuantos de cientos de españoles y algunos arqueros nativos, que consiguen matar a flechazos, disparos y cuchilladas entre siete y diez mil ingleses. Aquello fue una auténtica masacre, a las escalas que lanzaban los ingleses les faltaban dos metros para llegar hasta el castillo. Blas de Lezo y sus hombres, sin a penas armas, llevaron a cabo una de las mayores matanzas de la historia bélica.


Edward Vernon ya no sabe qué hacer, cada vez tiene menos hombres, no tiene ninguna maniobrabilidad con los barcos. No le queda otra que abandonar y tiene una orden que dice que conquiste toda América. Seguramente estaría muerto de vergüenza. Los británicos tuvieron entre 8.000 y 10.000 bajas y unos 7.500 heridos, de los que muchos perecieron durante trayecto de vuelta a Port Royal en Jamaica. En Cartagena había sucumbido lo más selecto de la Armada Real Británica, que quedó prácticamente desmantelada y tardó mucho en reponerse. Mientras tanto, en Gran Bretaña, Jorge II estaba celebrando la conquista de Cartagena, la caída del Imperio Español y el comienzo de su triunfo en toda Sudamérica. Vernon pasó días furioso lanzando balas de cañón contra Cartagena a ver si, por lo menos, podía ver como moría Blas de Lezo, pero no lo consiguió, tuvo que volver a Londres con las manos vacías.


Se habían grabado monedas y medallas conmemorativas que ensalzaban la toma de Cartagena. Una de ellas mostraba a Lezo arrodillado ante Vernon, entregándole su espada, con la inscripción «El orgullo de España humillado por Vernon». Cuando se supo la verdad, Jorge II no podía creerlo, ya que había recibido la noticia del triunfo en la batalla. Ante tal bochorno prohibió que se hiciera mención alguna de lo sucedido bajo pena de muerte.


Hoy en día alrededor de 360 millones de personas hablan español en América del Sur gracias a aquellos hombres que no se rindieron y defendieron Cartagena de Indias y la fortaleza de San Felipe de Barajas hasta el final. Gracias a aquellos hombres y, cómo no, al ingenio de Blas de Lezo que, además de ser manco, tuerto y cojo, era valiente y audaz como pocos.





Texto elaborado a partir de retazos de las diferentes fuentes.

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