Esta
es una historia poco conocida de la que bien podría hacerse una
película magnífica. Se trata de una de las hazañas más notorias
de un hombre que es todo un ejemplo de voluntad y superación. Sin
embargo, es una de las tantas historias que han caído en el olvido.
Será que
los españoles somos tan mediocres que no somos capaces ni de
escribir nuestra propia historia*.
Lo
primero que hay que saber sobre esta historia de leyenda es que
transcurre en una época en la que el contrabando en el Mar
Caribe
estaba a la orden del día, un mar surcado por corsarios ingleses y
españoles. La tensión entre ambas potencias navales -España e
Inglaterra- era constante. Los británicos intentaron alguna que otra
vez poner los pies en costas españolas, aunque con poco éxito.
Fue
precisamente con un corsario inglés, Rober
Jenkins,
con quien comienza esta historia. Navegaba por las costas de Florida
acosando barcos y dedicándose al contrabando hasta que, en 1.738,
fue apresado por el guardacostas español La
Isabela,
al mando del capitán León
Fandiño.
El castigo no fue otro que el de cortarle una oreja.
Soltaron
a Jenkins
y le dijeron «Ve
y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve». Este
cogió su oreja, la metió en un tarro y regresó a Inglaterra con
ella.
En
1.739,
Robert Jenkins
mostró el tarro en el Parlamento Británico contando lo sucedido; el
rey Jorge
II
se ofendió tanto con aquellas palabras que aprovechó la ocasión
para declarar la guerra, quería humillar al Imperio español
arrebatándole los territorios americanos y su supremacía marítima.
Para ello, la corona inglesa mandó construir la armada más grande
jamás vista hasta entonces y ordenó uno de los mayores desembarcos
de la historia militar. Jorge
II
envió casi doscientos barcos al mando del almirante Edward
Vernon
con la orden de «conquista
toda América y acaba con el Imperio español».
Así es como comienza la «guerra
de la Oreja de Jenkins».
Vernon
atacó con seis buques la plaza de Portobelo,
en el istmo de Panamá. La plaza estaba defendida por tan solo
setecientos hombres, por lo que el éxito de británico fue absoluto.
A la par, las fuerzas del comodoro Anson,
con sólo tres barcos, acosaban las colonias del Pacífico Sur. El
éxito fue enormemente celebrado por los británicos, que lo
celebraron por todo lo alto y rindieron homenajes a Vernon,
a quien convirtieron en un héroe nacional.
Con
ese triunfo inicial y envueltos por la euforia, deciden dar el golpe
decisivo. En marzo de 1.741
Vernon
fondeó 186
buques armados con 23.600
hombres y 2.000
cañones ante la costa de Cartagena
de Indias,
la ciudad más importante del Caribe,
donde se concentraba el comercio y a donde llegaban y de donde salían
todas las riquezas del nuevo mundo. Y allí, en Cartagena
de Indias,
Vernon
desconoce lo que le espera, la ciudad estaba defendida nada más y
nada menos que por uno de los soldados más geniales que haya dado la
historia de España,
estaba defendida por el aguerrido Blas
de Lezo.
A
Blas
de Lezo
una bala de cañón le hizo perder la pierna izquierda en la batalla
de Vélez-Málaga,
una esquirla le arrebató el ojo izquierdo en el sitio
de Tolón,
y una bala de mosquete le inutilizó el brazo derecho durante el
segundo asedio
de Barcelona.
Estas heridas le otorgaron el apodo de mediohombre
y
de patapalo,
pero no le supuso impedimento alguno para mantener a raya a los
piratas en Argelia,
ni para limpiar las costas del pacífico de piratas y corsarios. Tal
era su fama que, cuando se le encargó ir a Génova
a reclamar el pago de dos millones de pesos que se le debían al
Reino
de España,
le efectuaron el pago de inmediato en cuanto se puso en frente a la
ciudad con sus seis navíos y amenazó con dejarla plana a cañonazos
si no se le hacía entrega del dinero; además, aprovechó la ocasión
para exigir un homenaje a la bandera española. Después de haber
navegado por medio mundo demostrando sobradamente su condición de
estratega y de que el rey lo nombrase teniente general de la Armada.
Blas
de Lezo
regresó a Amércia
como comandante general de Cartagena
de Indias.
Poco
antes de la llegada de la Royal
Navy,
una epidemia de fiebre amarilla había azotado Cartagena
de Indias,
y más de la mitad de los soldados que defendían la ciudad habían
perecido. Quedaban menos de tres mil hombres entre soldados y
arqueros indígenas, y tan sólo disponían de una pequeña flota de
seis navíos. Eso era todo lo que había para hacer frente a la
Marina
Real Británica.
La proporción era claramente ridícula.
Con
tan evidente ventaja, Vernon,
que jamás había perdido una batalla, rodeó Cartagena
de Indias abriendo fuego en un incesante bombardeo que duró
dieciséis días. Los fuertes de San
Fernando
y San
José de Bocachica
cayeron por completo, la entrada de la bahía fue destruida y la
ciudad quedó enteramente destrozada. Ante tal embestida, más de la
mitad de los hombres de Lezo
perecieron en el ataque.
El
siguiente movimiento de Vernon
es pasar con sus barcos por la bahía para desembarcar y tomar la
ciudad. Lezo,
completamente desesperado, consigue evitarlo con una solución
insólita: hunde todos los barcos españoles, quedándose sin nada en
el mar, para conseguir cortar la bahía y evitar el paso de los
ingleses. Esto quizá fuera simplemente una insensatez, o quizá una
de las mayores demostraciones de ingenio militar de la historia; pero
una cosa es segura, ese fue tan sólo el comienzo de la batalla.
Para
desembarcar tendrán que dar un rodeo y entrar por la parte trasera
de la ciudad, cosa que no parece difícil ante el destrozo total de
Cartagena
de Indias.
El trabajo está prácticamente hecho, así que Vernon
envía un barco a Londres
para que lleve la noticia de la victoria, donde comienzan a acuñar
monedas de oro con su nombre como vencedor de la batalla.
El
bloqueo del canal no sirvió para mucho, pero al menos los españoles
ganaron algo de tiempo para atrincherarse en el Fuerte de San
Felipe de Barajas.
Tal
y como pretendía Blas
de Lezo,
Vernon
da la vuelta y desembarca por otro lugar pensando que es sólo
cuestión de tiempo que esos mil y poco hombres que quedan en el
fuerte de San
Felipe
caigan ante sus armas. Pero una vez pisan tierra, los ingleses se
encuentran con un nuevo problema: se contagian de malaria y de fiebre
amarilla, mitigando duramente sus fuerzas. En pocos días se
incrementa el número de bajas inglesas a causa de las enfermedades.
Cuando
llegan a la puerta de San
Felipe de Barajas,
Vernon
lanza un ataque desesperado hacia la fortaleza. Blas
de Lezo,
que está mucho más loco, manda a trescientos españoles armados
solamente con espadas y machetes, sin armas de fuego, a defender la
rampa que da entrada al fuerte. Esos 300,
matan a más de mil
ingleses a cuchilladas en un paso estrecho.
Vernon
ya no sabe qué hacer, 1.500
hombres han perecido, sus soldados están muriendo por malaria y está
completamente desmoralizado por el episodio que le ha provocado Blas
de Lezo.
Vernon
discute con sus oficiales, teniendo en cuenta que en Londres
se está festejando la victoria.
Deciden
atacar en la noche del 19
al 20
de
abril. Lo que pasa esa noche es terrible, los militares británicos
están muy angustiados. Uno de los generales de tierra que está
tomando medidas de la muralla está tan nervioso que se equivoca en
dos metros.
En
la madrugada, unos 15.000
hombres atacan la fortaleza de San
Felipe de Baraja.
A penas quedan solamente unos cuantos de cientos de españoles y
algunos arqueros nativos, que consiguen matar a flechazos, disparos y
cuchilladas entre siete y diez mil ingleses. Aquello fue una
auténtica masacre, a las escalas que lanzaban los ingleses les
faltaban dos metros para llegar hasta el castillo. Blas
de Lezo
y sus hombres, sin a penas armas, llevaron a cabo una de las mayores
matanzas de la historia bélica.
Edward
Vernon
ya no sabe qué hacer, cada vez tiene menos hombres, no tiene ninguna
maniobrabilidad con los barcos. No le queda otra que abandonar y
tiene una orden que dice que conquiste toda América.
Seguramente estaría muerto de vergüenza. Los británicos tuvieron
entre 8.000
y 10.000
bajas y unos 7.500
heridos, de los que muchos perecieron durante trayecto de vuelta a
Port
Royal
en Jamaica.
En Cartagena
había sucumbido lo más selecto de la Armada
Real Británica,
que quedó prácticamente desmantelada y tardó mucho en reponerse.
Mientras tanto, en Gran
Bretaña,
Jorge
II
estaba celebrando la conquista de Cartagena,
la caída del Imperio
Español
y el comienzo de su triunfo en toda Sudamérica.
Vernon
pasó días furioso lanzando balas de cañón contra Cartagena
a ver si, por lo menos, podía ver como moría Blas
de Lezo,
pero no lo consiguió, tuvo que volver a Londres
con las manos vacías.
Se
habían grabado monedas y medallas conmemorativas que ensalzaban la
toma de Cartagena.
Una de ellas mostraba a Lezo
arrodillado ante Vernon,
entregándole su espada, con la inscripción «El
orgullo de España humillado por Vernon».
Cuando se supo la verdad, Jorge
II
no podía creerlo, ya que había recibido la noticia del triunfo en
la batalla. Ante tal bochorno prohibió que se hiciera mención
alguna de lo sucedido bajo pena de muerte.
Hoy
en día alrededor de 360
millones de personas hablan español en América
del Sur
gracias a aquellos hombres que no se rindieron y defendieron
Cartagena
de Indias
y la fortaleza de San
Felipe de Barajas
hasta el final. Gracias a aquellos hombres y, cómo no, al ingenio de
Blas
de Lezo
que, además de ser manco, tuerto y cojo, era valiente y audaz como
pocos.
Texto
elaborado a partir de retazos de las diferentes fuentes.
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